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Carreteras Secundarias.

 

 

(Zaragoza, 1960) Escritor español. Cursó estudios de Filología Hispánica e Italiana, y comenzó a desarrollar su carrera profesional en Barcelona. Escribió numerosos artículos, publicados en revistas especializadas y en la prensa periódica, y diversas novelas caracterizadas por la flexibilidad estilística y la notable profundización psicológica en el carácter de sus personajes.

 

Entre sus títulos novelísticos destacan La ternura del dragón (1984), Nuevo plano de la ciudad secreta (1992), Carreteras secundarias (1996) y El tesoro de los hermanos Bravo (1996). También ha publicado los libros de relatos breves Alguien te observa en secreto (1985), Antofagasta (1987), El fin de los buenos tiempos(1994) y Foto de familia (1998).

La adaptación dramática de su relato El filo de unos ojos fue estrenada en el Teatro María Guerrero de Madrid en 1990. En 1998 obtuvo con su libro Foto de familia el Premio NH al mejor libro de relatos publicado en el año.

En 2000 publicó María bonita, una novela donde narra los sueños de una niña que cuenta con la complicidad de su tía para hacerlos realidad, y en 2003 dio a la imprenta El tiempo de las mujeres, otra obra con personajes femeninos, ambientada en los años de la transición española.

En 2005 dio un giro de ciento ochenta grados a su producción literaria con Enterrar a los muertos, una obra más cercana al ensayo que a la narrativa, protagonizada por un personaje real: José Robles, traductor y amigo de John Dos Passos.

A sus 15 años, Felipe vive con su padre en apartamentos de playa en los que sólo pasan los inviernos. No tiene amigos, no conoce a su familia, casi nunca va a clase y no conoce a su madre, que murió poco después de que él naciera. Felipe no tiene nada ni a nadie. Sólo a su padre, a quien odia con toda su alma por ser un pobre diablo sin oficio ni beneficio, un vividor, un farsante, un estafador, un delincuente.

 

Pero sobre todo le odia por obligarle a vivir así, en una huida constante, de una playa a otra, de un apartamento a otro, de una ciudad a otra, de una provincia a otra. Le culpa de las mudanzas repentinas, imprevistas, caóticas, en las que cada vez se llevan menos cosas y van dejando atrás, olvidados, abandonados, más trozos de su pasado, de su historia y de su vida.

 

Felipe también culpa a su padre de enamorarse de mujeres que, por mucho que lo pretendan, nunca serán su madre y de no dejarle tener un perro. Pero, por encima de todo, lo que más odia Felipe de su padre es esa dignidad que le empuja a mentir, a aparentar, a engañar, sólo para impresionar a los demás. Y ese orgullo que no le deja pedir perdón ni reconciliarse con su familia de Vitoria: su hermano, su cuñada, sus sobrinos y, sobre todo, su madre.

 

A pesar del tiempo transcurrido, su padre nunca le habla de su familia ni de por qué lleva tantos años sin ir a Vitoria a verles. Felipe sólo sabe que son ricos, muy ricos, no como la familia de su madre o como ellos mismos, que son tan pobres que no tienen dónde caerse muertos. Pero a sus 15 años Felipe no entiende nada. No comprende la obsesión de su padre por su coche, un Citroën Tiburón que parece el coche de un ministro, o por hacer negocios ilegales, absurdos y condenados al fracaso.

 

Tampoco entiende su obsesión por hacerse rico. Pero, poco a poco, a lo largo de las páginas, Felipe comprenderá eso y mucho más. Comprenderá que el amor no es una gilipollez, que hacerse pajas no es tan guarro ni tan malo como pensaba y, sobre todo, comprenderá que a veces es mejor esperar a que los sueños te alcancen que perseguirlos por toda España en un Citroën Tiburón.

 

Pero, por encima de todo, Felipe se dará cuenta de que ya no tiene sentido odiar a su padre y avergonzarse de él. Porque, al fin y al cabo, le guste o no, se parecen demasiado. Mucho más de lo que a él le habría gustado.

 

Sin embargo, todo eso lo aprenderá Felipe sólo cuando ya sea demasiado tarde. Cuando ya han tocado fondo, cuando los negocios y los amores de su padre los han convertido en verdaderos delincuentes obligados a huir. Pero no huyen sólo de la policía, sino, sobre todo, de su historia, de sus antepasados, de su familia.

 

Porque, cuando finalmente conoce a su familia de Vitoria, Felipe entenderá entonces por qué su padre es cómo es. Y ya nunca sentirá odio o vergüenza ajena por él. Al contrario, cuando, poco a poco, Felipe conozca la verdadera historia de su padre y todo lo que ha hecho y todo lo que ha estado dispuesto a hacer por él, por primera vez Felipe se sentirá orgulloso de ser su hijo y de que él sea su padre.

 

Con una mezcla exacta y perfecta de situaciones crueles, tristes y duras pero, al mismo tiempo llenas de humor y ternura, Ignacio Martínez de Pisón logra en esta novela reflejar y transmitirnos la peculiar pero no por ello menos intensa y conmovedora relación entre un padre y un hijo y las peripecias que ambos protagonizan para sobrevivir en la España de los primeros años setenta.

 

Tras recorrer Zaragoza, Lérida, Barcelona, Valencia o Murcia, padre e hijo comprenderán finalmente que lo importante no es el pasado, la historia o la familia. Entenderán que lo único que importa es seguir, avanzar, hacia adelante, siempre. Sea a donde sea. Y que lo realmente valioso es la compañía, no el medio en el que se viaja. Y los dos juntos aprenderán que, en realidad, recorrer poco a poco el largo y sorprendente camino de la vida por carreteras secundarias es mucho mejor que atravesarlo a toda velocidad por autopistas que sólo conducen a esa vida normal tantas veces deseada y soñada y finalmente tan odiada.

Resumen del argumento

Biografía:

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